La tierra agrícola ha dejado de ser un activo marginal para convertirse en una apuesta central de la inversión global. Impulsada por la necesidad de seguridad alimentaria, estabilidad financiera y sostenibilidad ambiental, la inversión en el sector agroalimentario y agrotech redefine el papel del campo en la economía del siglo XXI.

En medio de la incertidumbre económica, la escasez de recursos y los desafíos del cambio climático, el sector agroalimentario ha emergido como un refugio financiero y un motor de transformación global. Según el informe Iberian Agribusiness Report de CBRE, la inversión en tierras agrícolas y tecnología agrotech no solo crece en volumen, sino también en sofisticación y relevancia estratégica.
Con más de 400 millones de euros invertidos en tierras agrícolas en la Península Ibérica solo hasta mayo de 2025 —la mitad del total de 2024—, el sector consolida su atractivo para fondos institucionales, aseguradoras, ‘family offices’ y grandes comercializadores industriales. No se trata solo de comprar hectáreas: se invierte en producción eficiente, resiliencia climática y rentabilidad a largo plazo.
El informe destaca que más del 50% del capital procede de actores industriales, interesados en asegurar ciclos productivos estables y diversificados. A estos se suman los fondos especializados en agronegocio, especialmente de EE.UU., Canadá y Reino Unido, que apuestan por la región ibérica como un mercado con gran potencial aún por explotar.

España y Portugal: el nuevo foco agroinversor europeo
Las condiciones climáticas, la disponibilidad de regadío y la diversidad de cultivos convierten a Iberia en una alternativa real frente a mercados más saturados como EE.UU. o Australia. La creciente demanda de frutos secos, olivares y viñedos de alto valor añadido, sumado al impulso de la digitalización rural, ha transformado estas tierras en activos altamente codiciados.
Zonas como el norte de Cáceres, Aragón, el secano gaditano o la región portuguesa de Ribatejo presentan revalorizaciones superiores al 10%. El agua se posiciona como el factor clave: en Iberia, el 20% de la superficie agrícola es de regadío, frente al 5% en el resto de Europa.
Más allá de la producción: nuevos activos invisibles
El valor de una hectárea de tierra ya no depende únicamente de su rendimiento agrícola. CBRE identifica tres nuevas fuentes de monetización: los mercados de carbono, los pagos por servicios ecosistémicos (como la conservación de biodiversidad) y los derechos de agua. Estas líneas de negocio aumentan la rentabilidad potencial de las explotaciones, atrayendo capitales que antes solo miraban a los mercados financieros o tecnológicos.

Rentabilidad con impacto: la nueva exigencia del inversor
Ya no basta con ganar dinero. Los inversores institucionales buscan activos con impacto ambiental y social positivo. En este sentido, el campo ofrece una combinación única: retorno estable, menor volatilidad que otros activos y alineamiento con los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
La gestión profesionalizada de fincas, el uso de tecnologías de precisión, sensores satelitales y modelos predictivos han transformado lo que antes era una inversión artesanal en una operación técnica y estratégica.
¿Tendencia o burbuja?
Aunque el crecimiento del sector levanta preguntas sobre su sostenibilidad, CBRE se muestra moderadamente optimista. Si bien hay riesgos —como el exceso de capital sin experiencia agronómica o la presión social sobre la propiedad de la tierra—, la base de la tendencia es estructural: el mundo necesita alimentos, agua y estabilidad.
FUENTE: Interempresas